En la playa de Los Urrutias, en la orilla sur del Mar Menor, no hay nadie. Plena temporada alta y ni un bañista. La culpa la tiene una avalancha de fangos y algas putrefactas que invaden la costa de esta localidad perteneciente al municipio de Cartagena (Murcia). En el aire, hedor irrespirable que no invita al baño por más que la Consejería de Sanidad del Gobierno de Murcia insista en que las aguas son aptas. “Aquí estamos tragando porquería. Esto en otras playas no se toleraría”, se queja airada una veraneante.

Litoral arriba, Pedro tiene su caña clavada junto a la desembocadura de la rambla del Albujón. Asegura que no se atreve a comer lo que pesca y que su madre no ha puesto un pie en el agua en todo el verano, “y eso que en Los Alcázares está más limpia que aquí”, añade. Por el Albujón habitualmente llega el mayor caudal de aguas con residuos de las desalobradoras –usadas por los agricultores para desalar el agua de riego–. Desde el 11 de agosto la tubería permanece sellada por decreto de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) y exigencia del Gobierno autonómico. Con el cierre de este punto, se buscaba llegar al vertido cero, clave en el plan de urgencia acometido por el Ejecutivo murciano. 

El Mar Menor, repiten vecinos, científicos y ecologistas, está a punto de colapsar. Este año el aspecto de sus aguas, habitualmente transparentes, ha hecho más palpable que nunca el mal estado de la laguna salada, un ecosistema con alto valor ecológico, que cuenta con ocho distinciones de protección ambiental internacional. El estado actual se ha definido como de“sopa verde” tras un vídeo publicado en mayo por las asociaciones ecologista Anse y WWF, en el que el agua se veía de este color. “Ahora, la población es consciente, empieza a sufrir los efectos y se están dando pasos que antes no se daban. Trabajamos con asociaciones de vecinos para apoyar sus acciones”, explica Pedro García, director de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE).

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