Murcia es la Comunidad Autónoma con más casos de acosos escolar en España, sin embargo, no cuenta con un protocolo específico -señala Antonio Casado, abogado de la familia de Lucía-. Algo falla cuando seguimos sumando muertos, hay que modificar el protocolo de acoso. El futuro pasa por el modelo finlandés, con alumnos concienciados que frenen las conductas, a veces salvajes, que se producen en el aula.
Antes de ahorcarse con un cinturón en la litera de su habitación, Lucía Alcaraz, de 13 años, escribió y dibujó las situaciones de acoso que había estado sufriendo por parte de dos compañeros en su instituto de Patiño (Murcia). El centro escolar expulsó unos días a los acosadores, que, al regresar, aumentaron su violencia contra la chica. Los padres de Lucía la cambiaron de colegio. El 10 de enero, la niña se suicidó. En su cuarto dejó varios cuadernos y un cómic que la policía está analizando.
“Me he levantado realmente sin ganas, no quería ir a clase, ni siquiera moverme, solo dormir. Al llegar me he sentado al fondo para no llamar la atención de nadie. Se me han pasado las clases hoy lentas, el recreo sola y con ganas de llorar”. Lucía Alcaraz escribió esas líneas el 19 de septiembre de 2016. El sufrimiento plasmado en los cuadernos de la niña, entregados a la policía y a los que ha tenido acceso interviú, contrasta con las fotos que sus padres custodian. La niña que aparece en ellas se disfraza, sale de compras y no se separa de su equipo de música para cantar. La de sus cuadernos quiere ser invisible, se encierra en casa y solo habla con su psicóloga.
“A Lucía la perdimos hace tiempo, cuando se creyó que ella era como decían sus dos acosadores. Mi hija no se fue cuando hizo lo que hizo”, afirma su madre, Peligros Menárguez. Lo que hizo Lucía, de 13 años, una niña tímida y aficionada a la subcultura emo, fue quitarse la vida en su casa de Aljucer (Murcia) el pasado 10 de enero.
La niña contó a su madre lo que ocurría en su clase de 2º de la ESO del Instituto Ingeniero de la Cierva, en Patiño, una tarde de abril, el año pasado: “El instituto no es lo que yo pensaba, mamá. La han tomado conmigo, los de siempre. Estoy muy mal, no pienso salir de casa hasta que adelgace, no quiero que me vean así, no quiero que me insulten”. Al día siguiente, Lucía y sus padres se reunieron con la jefa de estudios y la menor identificó a dos compañeros de clase como sus acosadores. “Son chicos del pueblo, con los que ya tuvo algún roce en el colegio anterior. Uno de ellos tiene problemas familiares, el otro vive en nuestra misma calle”, explica Peligros.
Como en un examen –recuerda Joaquín García, padre adoptivo de la chica–, Lucía fue enumerando los insultos y vejaciones que sufría. Unas veces se lo gritaban en el autobús escolar: “Gorda, fea, das vergüenza ajena. ¿Quién se va a sentar con una lechosa como tú?”. Otras, se lo susurraban en clase, para que el profesor no les escuchara: “¿Te has mirado al espejo, asquerosa?”. Y, en ocasiones, se lo marcaban “con la punta del lápiz en el cuello y en la espalda” o “a empujones, en la puerta del colegio”.
El centro inició el protocolo de acoso escolar. “Nos dijeron que la tutora de la niña y el profesor de Historia ya habían detectado algún problema y habían recomendado cambiar de clase a Lucía”, asegura la madre de la chica. El instituto expulsó a los dos compañeros de Lucía: a uno de los chicos un día; al otro, cinco. “Un día, al llegar a casa, uno de los acosadores me estaba esperando en la puerta con su madre. La mujer me reprochó que hubiera manchado el expediente de su hijo. El chiquillo se justificó: «Me he metido con Lucía, pero solo cuando estaba enfadado»”, recuerda Peligros.
Pasado el castigo, los dos menores volvieron al centro y “todo volvió a ser igual o peor”. Lucía lo reflejó en su diario: “Me volví a despertar sin ganas de moverme, aunque tenía que hacerlo, así que lo hice. Fui a clase y lo mismo de siempre, en fin”. Los escritos de la niña reflejan cómo su estado de ánimo va empeorando: “He pasado la tarde viendo vídeos por internet. Me ha costado mucho dormir, aunque tenía sueño. A la hora de mates, en clase, me han entrado unas ganas tremendas de llorar, se me caían lágrimas, pero nadie se dio cuenta, como siempre. Hay veces que solo quisiera encerrarme en una bola y no salir nunca”, escribió la niña el 28 de septiembre pasado.
Su madre encontró más pruebas. “Le guardé un bocadillo en la mochila y descubrí que tenía allí los de días anteriores. Busqué en su cuarto y encontré su diario, decía que no podía más, que había pensado en suicidarse”
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