Cuando una mala praxis continuada se convierte en normal-verdad y cuando exigir su restitución se convierte en una ofensa. Eso fue precisamente lo que me sucedió el sábado día 6 en la Ciudad de la Justicia de Elche. Les cuento: Bajé a calabozos. Requerí a los policías nacionales y a los guardias civiles que sacasen al acusado. Uno de los nacionales abrió la celda. Mi cliente salió hecho un asco, cojeando, con el suéter roto y con magulladuras por su rostro y algún que otro pequeño vendaje en las piernas. Nos sentamos, el uno junto al otro, sin el cristal o la reja que suelen ser habitual en esas habitaciones. Cerré la puerta, a fin de entrevistarme reservadamente con el acusado. De repente, el guardia abrió y dijo en voz alta “La puerta no puede estar cerrada”. Yo no daba crédito a lo que escuché en ese momento. “¿Cómo que no?” – inquirí. “Yo tengo que velar por su seguridad” – contestó. “Si usted quiere hablar con él, póngase al otro lado del cristal y hable desde allí”. “Perfecto” – respondí. Me coloqué dónde me indicó, y cuando me dispuse a hablar con mi cliente me percaté de que el micrófono no funcionaba. Golpeé el cristal repetidamente para indicarle al guardia que encendiera el micro. “El micrófono no va, tendrá que chillar para que le escuche” – objetó malhumorado. Me levanté y sin mediar palabra subí enflechado al Juzgado de Guardia en busca de los funcionarios y Su Señoría. Allí, mi sorpresa fue aún mayor. “No sé por qué se queja usted señor letrado, ésta es la práctica habitual, ningún abogado protesta nunca” – afirmó un tanto ofendida la funcionaria. “Pues yo sí me quejo, señora, porque esto no es el Congo, ni tampoco Corea. Mi cliente se está jugando su libertad y no se puede vulnerar de esa manera su derecho a entrevistarse privadamente conmigo; tengo que preparar su defensa y no estoy dispuesto a hacerlo en presencia de dos guardias civiles y tres policías nacionales, faltaría”. “Ponga una queja” – me contestó, quitándose el mochuelo de encima. “Ahora mismo” – repliqué dirigiéndome al buzón de reclamaciones y sugerencias.

Así que tras escribir aquella queja y comprobar que La Juez tampoco pudo ni supo hacer nada, vuelvo a formular protesta, porque bajo ningún concepto podemos permitir que en la España del siglo XXI, una persona entre en prisión sin entrevistarse con su abogado con todas las garantías. Imaginad que fuese un preso político y que su declaración al ser oída por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado conlleve represalias, hasta el punto de recibir tortura por ello. Suponed que el detenido maldiga al régimen que lo encerró. Es rizar el rizo, pero podría llegar a suceder. Por eso mismo considero muy relevante no permitir esa mala praxis continuada, peligrosa y torticera. Que haya órdenes de no encender el aire acondicionado, en La Ciudad de la Justicia, tiene pase en tiempos de austeridad y que no haya papel higiénico en los baños también, tan sólo es cuestión de llevar el trasero más limpio o más sucio. Más lo que no tiene pase, es lo aquí denunciado, aunque jueces, funcionarios, policías e incluso abogados sean cómplices de ello y se empeñen en normalizar situaciones como éstas. No nos hablen de usos y costumbres y sean más consecuentes de lo que son, con lo que representan y con lo que defienden.