La pasada semana, mi perfil de facebook anunció que hacía tres años que había subido una fotografía de la conferencia que organizamos en los HH Maristas de Cartagena siendo ponente Mario Conde y que titulamos “Hacía un nuevo modelo de convivencia”. Cuando leí que habían trascurrido ya tres años, no daba crédito. ¡Qué barbaridad! –pensé. Cómo pasa el tiempo y cuánto ha cambiado desde entonces el panorama sociopolítico en España. Ese mismo día conocí a Javier Pedreño, el cual ahora es un gran amigo y una persona de mi total confianza. Lo curioso es que esos dos hechos (conferencia de Mario y conocer a Pedreño) sucedieron el mismo día y a la misma hora, en cambio mi percepción del tiempo es totalmente distinta. ¿Cómo es posible? Lo de Mario parece como si fuera ayer y, paradójicamente, a Javier es como si lo conociera de toda la vida. Me sorprendió mucho esta apreciación, se lo aseguro.

Y esto es lo que me ha llevado recientemente a profundizar sobre la teoría de la relatividad, anunciada por Albert Einstein a primeros del siglo XX, a fin de que me ayudase a despejar el interrogante que sobrevino a mi mente. Tengo que decirles que he encontrado un ejemplo que habitualmente solía utilizar este genio para explicar de manera breve y sencilla la relatividad, decía así: “Cuando cortejas a una bella muchacha, una hora parece un segundo. Pero te sientas sobre carbón al rojo vivo, y un segundo parecerá una hora. Eso es relatividad”. No podría estar más acertado, porque lo cierto es que el tiempo no existe como tal, lo que existe de verdad son las experiencias sensoriales que vivimos y lo que extraemos de ellas.

El tiempo es una mera invención del hombre para contar y medir lo que en rigor no obedece a medición alguna. ¿Calendario lunar? ¿Calendario Solar? ¿Calendario Azteca? ¿Es que acaso nuestro tiempo depende del sol o de la luna o de las vueltas que dé la tierra sobre el sol o sobre sí misma o de cuando naciera Jesucristo? No señores, no. Me niego a pensar eso. El tiempo es relativo y, como tal, ni es verdadero ni matemático, aunque nos empeñemos en medir cualquiera de sus partes.

Expuesto lo anterior, considero que esta sociedad de lo inmediato, de las prisas y de lo frenético, donde a cada instante andamos corriendo de un lado a otro y mirando al reloj pensando que llegamos tarde a las citas, sintiendo ansiedad o sufriendo arritmias e infartos o incluso pensando que veinticuatro horas al día no son suficientes, debe aprender que el tiempo no es lo importante, sino vivirlo de verdad y a ser posible, con un claro sentido de trascendencia.