No es que sea un especial amante del cine, pero desde hace más de una década, la industria cinematográfica es raro el año que no presenta en la gran pantalla una de estas películas que tienen como eje central el fin de la humanidad. Las causas y formas en que puede tener lugar el exterminio han sido de todo tipo: plagas de insectos, fenómenos meteorológicos e incluso meteoritos que harían desaparecer el mundo que hoy conocemos. No deja de ser ficción y además cualquiera de nosotros ve la película con una enorme tranquilidad porque sabe que finalmente, de un modo u otro, alguien acabará con la amenaza que acecha al mundo y no correrá peligro la vida de nadie.

Durante las últimas semanas, sin ánimo de ser alarmista o catastrofista, estamos viviendo en España algo que a todos nos ha revuelto algo el estómago, e incluso me atrevería a decir que nos ha generado cierto miedo o ansiedad. Y digo en España, aunque debería decir en el mundo, porque el virus conocido como Ébola se ha cobrado ya la vida de más de cuatro mil personas a día de hoy, la práctica totalidad de ellas en África Occidental.

No es la primera vez que un virus acaba con la vida de cientos de miles de personas. De hecho, la gripe común, por la que hoy nadie se alarma en las naciones desarrolladas, causa entre 250.000 y 500.000 muertes al año, sobre todo en los países subdesarrollados. Parece obvio, no puede negarse, que cuando no nos toca de cerca a nosotros, las cifras, los motivos y las consecuencias de ello nos importan poco o nada.

Ahora, sin embargo, el ébola nos ha obligado a enfrentarnos, por primera vez, a una seria amenaza que, esta vez si, ha plantado cara al intocable mundo del bienestar y el desarrollo, al ciudadano al que le preocupa mucho el teléfono móvil que se va a comprar o la empresa con la que va a contratar la línea ADSL, pero poco o nada lo que sucede en el mal llamado Tercer Mundo.

Reitero, como dice el Gobierno, que no conviene enviar un mensaje alarmista, pero la realidad es que lo que hace pocas semanas se nos presentaba como un virus que sólo en África sería capaz de hacer daño, hoy ocupa la práctica totalidad del trabajo de los medios de comunicación. Sin embargo, y al hilo de lo que comentaba al inicio, la alarma social no se ha producido por las más de cuatro mil personas que ya han fallecido a causa de tan mortífero virus, sino porque la ya famosa Teresa Romero, auxiliar de enfermería, ha sido la primera española en contagiarse en nuestro país, generando, con ello, una cadena casi indeterminada de personas, que a su vez, podrían haber sido contagiadas. Y cuando nuestra salud corre peligro, ahora si, salimos a la calle…

Cuando suceden estas cosas, uno siempre piensa que sus dirigentes políticos, que deben de estar asesorados por expertos en la materia, saben lo que hacen y confía en que el mensaje de responsabilidad y tranquilidad que se lanza a la ciudadanía es real. En la gestión del ébola en España, sin embargo, la cadena de hechos, hoy errores, que se han producido, demuestra que algo ha fallado. Las especulaciones a estas alturas son casi infinitas y sobre nuestra mente deambulan multitud de preguntas: ¿debió trasladarse al misionero Miguel Pajares a España, a sabiendas de que no había un conocimiento pleno del virus? ¿estaba preparado el personal sanitario español, y principalmente el madrileño, para asistir a un paciente con ébola? ¿realmente podemos creer el mensaje de tranquilidad que se nos traslada cuando tres plantas del hospital Carlos III ya han sido desalojadas y están siendo acondicionadas para posibles nuevos casos? ¿son suficientes las medidas que se están adoptando cuando en otros países, como EE.UU, se ha activado el nivel máximo de alerta e iniciado un plan de detección del virus mucho más avanzado que el nuestro?

Infinidad de preguntas que el Gobierno parece haberse comprometido a contestar, mediante la constitución de un gabinete especial, formado por políticos y expertos, y presidido por la Vicepresidenta del Gobierno.
Siento desconfiar de las Autoridades españolas pero creo que todos estamos de acuerdo en que los intereses económicos y políticos obligan a nuestros dirigentes a minimizar la importancia del problema haciendo uso de un habilidoso léxico que en ocasiones nos hipnotiza e incluso convence.

En este caso, sin embargo, tenemos la “suerte” de que los intereses son comunes, nadie quiere tener más casos de ébola en sus países, y todos los Organismos Internacionales y Comités de expertos del mundo vigilarán muy de cerca las actuaciones de nuestras autoridades en la gestión de un virus que nos está poniendo contra las cuerdas.

Esperemos que el final del virus esté cerca, y que la solución sea eficaz y sobre todo accesible para toda la humanidad, y no sólo para los que tenemos la suerte de tener una vida de bienes y lujos que nos impide ver el horror que padecen millones de personas cada día.Quizá ésta sea la única reflexión positiva que nos deje todo ésto, aunque estoy seguro que cuando todo vuelva a la normalidad, nuestros problemas volverán a ser los que eran: los caprichos y tonterías a las que estamos enganchados en una sociedad industrializada y avanzada, pero ciega.